UNA SEMANA SANTA DE SOFÁ Y TELE
Esta pasada
Semana Santa ha sido especial. Nos ha permitido disfrutar de otras sensaciones
nada habituales en años anteriores. Las diferentes televisiones autonómicas nos
han ofrecido procesiones, en diferido, del año 2019. La espectacular “madrugá”
sevillana con las sensibles levantás,
las vistosas chicotás, las emocionantes
salidas y entradas a templos, en medio de un apasionado gentío abarrotando las
calles. El canto legionario acompañando el impresionante trono del Cristo de la
Buena Muerte malagueño con más de 250 portantes (¿de dónde salen?). El
entrañable abuelo (Nazareno) de Jaén,
en medio del fervor y las saetas del público. La procesión de mujeres vestidas
de negro y con mantilla de Badajoz. Cáceres con una mezcla de pasos llevados a
costal y varales, algunos, cargados por cuadrillas de mujeres y chavales muy
jóvenes. La esplendida imaginería vallisoletana de Gregorio Fernández y su
escuela, autentico museo andante en medio de un sobrio desfile. Los bombos de
Zaragoza haciendo frente a la noche lluviosa con el Pilar de fondo. La
desconocida sencillez y sobriedad pueblerina de un ventoso Alcañiz. Los sencillos
y expresivos motetes cantados por coros de fieles de Crevillent. El lanzamiento
de papelitos llenos de aleluyas de
Torrent, la única población de la Península con una reina de la Semana Santa.
Las peripecias de unos portadores de pasos bajando por las escaleras desde lo
alto del barrio de Santa Cruz de Alicant, atiborradas de un vehemente público.
El trabajo artesanal de primorosas palmas de Elx. Las bellísimas tallas de los salzillos de Murcia, llevados de manera
titubeante por los estantes con
vestimentas tradicionales y nazarenos de capirotes romos con barrigas rellenas de
caramelos. El estremecedor rito medieval
de los empalaos de Valverde de la
Sierra con seis metros de soga amarrando su torso. Todo ello hubiera sido
imposible de estar presente, como es costumbre, en Tarragona.
Este
batiburrillo de procesiones contempladas relajadamente en el sofá me ha
permitido, sin darme cuenta, volar mentalmente a Tarragona, sirviendo de
propiciatoria ocasión para elucubrar las siguientes conclusiones respecto a
nuestra Semana Santa:
Que, sin
demasiados alardes y opulencias, nuestra procesión del Santo Entierro es seria,
digna y bastante atrayente. Tiene la ventaja de ofrecer una correlativa descripción
de la Pasión de Cristo. Es como asistir a un especie de viacrucis en movimiento.
Contrasta con la repetitiva iconografía de cristos y vírgenes de otras partes. Los
sucesivos pasos van discurriendo con relativa frecuencia sin largas esperas. Factor
a considerar y saber apreciar.
Que nuestro
acervo artístico tiene un múltiple interés. Contamos con un grupo de pasos de
corte estético clásico y de acertado acabado. Otro grupo lo forman aquellos
pasos con una tipología singular o de formato y de peculiar estilo. Y un tercer
conjunto de evidente nivel artístico inferior a los anteriores. No hace falta
enumerarlos porque los tarraconenses, sin demasiada dificultad, los tiene
perfectamente enmarcados en cada uno de los citados grupos. Lógicamente no
disponemos de las históricas y poderosos obras barrocas andaluzas, castellanas,
los salzillos, los benlliures, ni de los potentes trabajos
de los actuales imagineros sobresalientes en espectro semansantero. Aceptando
las citadas diferencias, nuestro conjunto, se puede catalogar de correcto sin
desentonar.
Que la manera de
llevar nuestros pasos a hombros mediante ganchos es singular, casi me atrevo a
considerar como única (quizás exista en algún otro lugar, que desconozco). Tiene
su mérito siendo todavía más destacable cuando transcurren por calles de la
parte alta. No quiero entrar en la polémica si el andar o balanceo de un paso
es mejor a el de otro. Cada uno podemos tener una opinión respecto a sus
peculiaridades y preferencias. Pero disponemos de una originalidad vistosa y
atrayente a la cual debemos otorgar su mérito, importancia y consideración.
Que las tres
horas de duración de nuestra procesión del Santo Entierro no son tan excesivas
como se nos quiere dar a entender. Esta dentro de lo más o menos normal. No es
cuestión de comparar con las seis, ocho, diez horas de algunas salidas andaluzas.
Aquello es otro mundo. Además disponen de recambio de cuadrillas de costaleros.
Quizás, se puede pensar que ellos disponen de una “afición” (perdón por el
argot futbolístico) dispuesto a soportarlo todo.
Que, en algunos
casos, abusamos del acompañamiento musical de excesiva contundencia percutida. Hay
pasos merecedores de un acompañamiento más suave y melódico. Se podría subsanar
con una transformación al estilo agrupación musical o pequeñas bandas de música
de instrumentación autóctona.
Que visto lo
visto, en Tarragona, se echa de menos, un poco más de calor y pasión alrededor
de nuestros actos procesionales. En un determinado momento vemos la entrega emocional
del público (subida de pasos a la plaza del Rey) pero en el recorrido de la
procesión del Santo Entierro se detecta una cierta frialdad. Ello no quiere dar
a entender que debemos ir cantando saetas por esquinas o desde los balcones. No
es lo nuestro, ni falta nos hace. Pero la seriedad no debe estar reñida con una
cierta dosis de “afición” nombrada más arriba que se puede resumir en mayor
cantidad de público en las aceras y rincones privilegiados, las sillas
ocupadas, los vecinos “peleándose” en colocar las suyas. En fin, un poco más de
entusiasmo y expectación. Es nuestra manera de ser y no se puede cambiar
fácilmente. Quizás, en el fondo, es consecuencia de una infravaloración social
e institucional de nuestra Semana Santa. No la sabemos apreciar ni poner en el
sitio adecuado dentro del patrimonio cultural, tradicional y religiosidad
popular de nuestra ciudad.
De todas formas después
de esta pandemia nos enfrentaremos a una realidad distinta a nivel general y en
concreto de la Semana Santa. No sabría catalogar si de futuro incierto o de reconversión.
De no aparecer una vacuna a corto plazo (año 2021) nos enfrentaremos a una
Semana Santa distinta. Con posterioridad, según evolucionen los fármacos,
espero la existencia de una revitalización producto de un cambio de prioridades
de la sociedad. Algo parecido a lo ocurrido a finales del pasado siglo. Es
previsible un reajuste en las prioridades y valores impuestos por los condicionantes
económicos disminuyendo las necesidades de viajes, vacaciones, ocio, el salir a
cualquier precio de la ciudad. Quizás se reaviven valores de siempre como la
tradición o encuentros familiares, una reactivación de la religiosidad popular,
las creencias no hedonistas. Algo parecido a lo ocurrido a finales del pasado
siglo. Amén.