Permítaseme aplicar el típico argot futbolístico. La
actividad de la Semana Santa de Tarragona tiene una “temporada” que,
normalmente, empieza en Enero y acaba el Sábado Santo. Durante el resto del año
hay un trabajo más propio de las “directivas”. En unos casos más intensos y en
otros en un ámbito de reuniones rutinarias. En nuestra ciudad resulta
improbable contemplar, por ejemplo, la salida extraordinaria de una determinada
imagen como las que están proliferando en otras latitudes. Nos queda la
emocionante imagen de la entrada La
Soledad al monasterio de Montserrat.
Alrededor de la segunda quincena de Enero inicia
formalmente la “pretemporada”. Es cuando se entra en los movimientos dirigidos
a completar “plantillas” de portantes para luego emprender los “entrenamientos”
o ensayos. Algo parecido ocurre con las bandas. Las directivas preparan los
opúsculos con la ardua tarea de encontrar “patrocinadores”. Gestiones para
“fichar” a un presentador de “campanillas” y a un abanderado adecuado
socialmente y económicamente. Tienen lugar algunos encuentros “amistosos” de
bandas, conferencias o conciertos. Se emprenden las sucesivas “tareas
logísticas” de los sacrificados “utilleros” para tenerlo todo a punto (vestas,
mantenimiento de pasos, limpieza, hachas, guiones, faldones, adorno floral…). Mientras
tanto se ha puesto en circulación la renovación de “abonos de la temporada” y el posterior control de las devoluciones o
impagos. Entrando en la Semana de Pasión se realiza la tradicional
“presentación oficial” o pregón de la Semana Santa. Le siguen los diferentes “partidos de preparación” a
cargo de las procesiones de las cofradías, culminando, el Viernes Santo, con la
“semifinal” de la recogida de pasos y la “final” de del Santo Entierro acabando en la “prorroga” de
Sábado Santo como final de temporada.
Hablando del mundo cofrade aprovecho la ocasión
para incidir en un tema inexistente en Tarragona. Habitualmente un “alta de
socio” o congregante se reduce a una
operación meramente administrativa al rellenar un impreso y poco más. En otros
lugares el ingreso a una cofradía queda enmarcado en un acontecimiento social
rodeado de una cierta liturgia costumbrista plasmado un entrañable acto de imposición de medalla de congregante. Su objetivo consiste en evitar la frialdad
burocrática antes descrita, dar la debida trascendencia y repercusión al hecho de
pertenencia a una organización, buscar un conocimiento del cofrade y alimentar el
efecto de la tradición y religiosidad
hacia la misma. En definitiva es una manera de crear “afición” y cariño hacia
la entidad.
Normalmente la decisión de pertenencia a una
determinada cofradía obedece a la influencia de la familia, de amistades, de personas cercanas o
simplemente una afinidad concreta de carácter personal. Aquí no existe el “efecto
gaseosa” propiciado por el hecho de haber logrado un título o ascenso. La institución
debería agradecer, de alguna manera,
esta elección dándole la debida importancia mediante una especial acogida con
el fin de integrarlo e identificarlo con la misma.
Este tipo de acto podría tener repercusiones
colaterales interesantes. La mayoría de inscripciones provienen de la
adolescencia y juventud, por lo tanto, en el comentado ceremonial tendríamos la
oportunidad de poner en conocimiento de
los mismos aspectos como la historia y anécdotas de la cofradía, explicación de
la escena del paso que acompañan, la tradición y el
sentido religioso de lo que representa
asistir a una procesión. No se habla de montar una gran parafernalia, simplemente
una ceremonia sencilla y entrañable en la cual quede constancia de un cierto
acercamiento y vínculo entre congregante y cofradía. ¿Podría aprovechar el acto
de presentación del opúsculo para ello?.
Introducir esta costumbre en Tarragona parecerá un
cambio un tanto ajeno a lo acostumbrado hasta ahora. Puede ser. Pero también se
han encajado otras cosas, por ejemplo, bombos aragoneses. Su mayor o menor
éxito vendría dado por el interés, el tiempo y la perseverancia en llevarlo a
cabo. ¿Valdría la pena intentarlo?.