A menos de tres
meses de la Semana Santa podríamos hablar de las actuales perspectivas y consecuencias
de la pandemia en la misma. Aparquemos esta cuestión dejándola en manos de
expertos, especialistas e investigadores cuyas opiniones proliferan en todos
los medios de comunicación. La experiencia nos demuestra la volatilidad de las
incertidumbres y las certezas. Es preferible seguir con la sana costumbre de reflexionar
alrededor del tema objetivo de este blog.
“Tarragona, una Semana Santa diferent” es el
título de un conocido video del año 2007. Tocaría hacer otro con lo de “La
desconocida procesión del Santo Entierro de Tarragona”. El tema central sería
dar una visión de aquellas personas que la contemplan por primera vez. La
lejanía física de Tarragona me permite disponer de una perspectiva y opinión de
algunas de ellas. Sorpresa es la palabra más repetida. Esta expresión también
surgió de los espectadores testigos de la retransmisión de TVE del año 2000.
Partimos de una
realidad. Nuestra Semana Santa esta fuera del panel de las más divulgadas.
Determinadas poblaciones de Andalucía, Castilla, León, Murcia, Cuenca… son los
polos de atracción merced a la difusión mediáticos. Somos conscientes de
nuestras limitaciones patrimoniales, de la espectacularidad, de la multitudinaria
pasión y expectación o de alguna de ellas. Evidentemente no figuramos en este
primer nivel. Tampoco se hacen demasiados esfuerzos para situarnos más arriba.
Nota al margen. En
el mapa de marketing turístico estamos al sur de una poderosa atracción como es
Barcelona y cercanos a otro destino de ocio como es Port Aventura. Quedamos
minimizados entre ambos destinos turísticos.
Y sin embargo se
origina un fenómeno un tanto sorprendente. Para quién tiene la oportunidad de
visitar Tarragona un día de Viernes Santo, le resulta una agradable y admirable
experiencia. ¿Porque se da? Influye el factor “desconocimiento”. Porque el
despistado visitante se encuentra con algo inesperado. Aspectos como los descritos
a continuación.
Aprovecha la
mañana para deambular por la ciudad, sin agobios, recorriendo sosegadamente el circuito
emblemático compuesto de Rambla, Balcón del Mediterráneo, paseo y portal San
Antonio, alrededor de la catedral, plaza Forum, del Rey. Quizás se introduce en
el Paseo Arqueológico o en el Pretorio. Precisamente los actos vespertinos
transcurren por buena parte del mismo componiendo un amasijo sensorial de
piedras milenarias, ecos de sonidos rítmicos, parpadeo de luces y sombras. Hay
quién le seduce el Paseo y entrada al portal de Sant Antoni con la Luna al
fondo dejando un plateado reflejo en las aguas del Mediterráneo. Este entorno
urbano ya constituye un factor de agradable sorpresa saboreado gustosamente por
quién tiene oportunidad de hacerlo por primera vez.
No es lo único. La
tarde del citado Viernes Santo, el atónito visitante, empieza a notar algo diferente
en el ambiente, percibiendo varios detalles de que le llaman la atención. La peculiar
liturgia de la recogida de pasos como plato fuerte. Le impresiona las
evoluciones y acatamientos dels armats. Su vistosidad, porte y buena presencia,
cuestión nada despreciable dada la proliferación, actual, de romanos con
atrezos de cabalgata de Reyes. Impacta la emocionante subida a plaza del Rei.
La exclamación de ¡dalt! del capataz. La utilización de “ganxos” modalidad poco
conocida. La necesaria incorporación de personas apoyando el esfuerzo del
ascenso de los pasos a ruedas. Luego durante la procesión tiene ocasión de
comprobar la pericia de los portantes en otros puntos calientes del recorrido. Hay
quien prefiere picotear en distintos rincones. Contemplar cómo se transita por
la estrechez de la calle del Claustre, la entrada al portal de Sant Antoni, el
descenso por la Baixada de Pescateria. Llaman la atención los cambios de
orientación de la escena del paso en su transcurrir por algunas calles. Resultan
atrayentes aquellos sonidos (tarotas, gaita, matracas) que se desmarcan de los
clásicos elementos de percusión. Reconocen la variedad de vestimenta y los
ponderados colores, quedándose en detalles de las golillas, escapularios y la
utilización de colas no demasiado habituales fuera de nuestro entorno. Conmueve
el silencioso desfile de participantes con improperios y la seriedad imperante,
en general, en toda la procesión. Si tiene oportunidad de presenciar el Vía
Crucis matutino de Viernes Santo, el acto le deja una huella de sobriedad, recogimiento
y solemnidad.
Se lleva una
buena impresión del conjunto de nuestros pasos. Admiran la estética y valor
artístico de algunos. Y de otros aprecia la vistosidad de ser llevados a
hombros. Esta valoración se ve incrementada al conocer que la gran mayoría de
los mismos pertenecen al periodo posterior a la contienda civil. Gusta la ornamentación
floral acorde a cada paso, exenta de exuberancias. Por otra parte, en
comparación a otros lugares, reconoce una adecuada y fiel representación escenográfica
de la Pasión de Cristo sin imágenes repetitivas.
En definitiva,
al final se queda con la impresión de haber vivido y presenciado algo
inesperado y desconocido. Con el agradable sabor de haber presenciado un cierto
descubrimiento.
Con estas pinceladas sobre nuestro gran día de la Semana Santa se intenta poner en valor, las cualidades y esencias de muestra procesión del Santo Entierro desde una visión foránea y objetiva. En ocasiones, no sabemos valorar suficientemente las cualidades de lo nuestro.